21 mayo, 2024 00:33

OPINIÓN GP | JAVIER RUIZ @sevennorth | LA COLUMNA DEL 5

La crónica debería acabarse aquí: no pudo ser. Hay días así, llueve, hay viento, la ciudad está triste porque no sabemos llover, el equipo parece que necesita empezar de nuevo en cada jugada, volver al calentamiento, volver al vestuario, a principio de temporada, a no se sabe cuándo ni dónde. Pensaba en verano que porqué no se paraban los partidos del invierno como los de verano, si en agosto les dan un poquito de agua fresca, en días como ayer deberían de darles un café con leche, un té bien caliente. Y a los aficionados, a los más de ocho mil lunáticos que pasamos la tarde del sábado en la nevera llamada Los Cármenes, bajo la lluvia y el viento, deberían de darnos algo también. O, al menos, deberían de instalar máquinas de café. Máquinas de café, cuánto consuelo darían en tardes como la del sábado.

Mi paraguas no tiene la punta de aluminio, o el cuerpo o el espíritu, que no acabé de entender lo que decía el señor de seguridad que dejaba pasar unos sí y otros no con notable eficacia. Pero recordad: si sois aficionados, los paraguas sin aluminio.

No pudo ser. El Nastic salió, trenzó un par de jugadas tocando y estrelló un balón en el palo en un buen remate de cabeza. El Granada tocaba y esperaba pero lo hacía con un punto de desesperanza o, tal vez, de desolación. Alberto Martín parecía burócrata y no eficiente. Ramos, parsimonioso, en su peor versión cercana a la desidia. Machís, alocado. Kunde, empecinado en tirar desde muy lejos y muy fuerte y muy errado. Peña, ay, Peña, perdía balones fáciles e incomprensibles, no elegía bien el sitio y llegaba un punto tarde al balón, a la idea, al juego. Omar, en cambio, tiró dos bicicletas —parecía la típica jugada sobreactuada e inofensiva— y tocó el balón suave pero bien colocado, junto a la base del palo largo. La tarde se acababa de poner aún más siniestra.

Y empezó a parecer imposible, el Nástic mantenía su esquema aseadito y salía en escasas oportunidades a la contra. El Granada llegaba muchas veces y muy mal todas. El sol apareció, pensó que no era tarde para él y se marchó. Volvió a llover y a parar de llover y no se sabía qué hacer con la tarde. Salió Joselu y tampoco aportó nada, ni Peña mejoró retrasándose. Apareció el impronunciable danés —Hjulsager— y luego Pedro en espera de que algún centro suyo fuera mejor que los otros cientos de centros volcados sin sentido sobre el área tarraconense. Durante unos minutos de la segunda mitad el Granada al fin logró encerrar al Nástic. Parecía que era cuestión de tiempo o de perseverancia que cayera el gol. Llegó el penalti, si marcábamos, si marcaba Machís, la presión sería para ellos y el cielo podría abrirse en lugar de desplomarse sobre nuestras cabezas. Pero no era el día, Machís lo lanzó bien, a la escuadra, pero a la escuadra por fuera.

Y ahí acabó. Todos vimos que no había solución, que seguiría lloviendo en el camino de vuelta, mascando la derrota y odiando al clima que no por necesaria —la lluvia— es menos detestable esta falta de luz, esta oscuridad permanente. El equipo se hundió y la afición se marchó, el árbitro pitó y acabó la horrenda tarde. En la segunda hay días así, conviene aceptarlos: tal vez la madurez del equipo se demostrará si es capaz de enfrentarse a estos días con normalidad, con cara de póquer y gesto sonriente. ¿Dónde ganamos el fin de semana que viene? ¿Dejará de llover? ¿Saldrá el sol?

¿En Oviedo? Buen campo.

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